Video Fabiana en Singapur



Si algo me ha sorprendido en este viaje ha sido Singapur. Y no porque sea especialmente bonito, o especialmente auténtico, o especialmente especial… simplemente porque no me lo esperaba. No me esperaba que debajo de un país humilde (para nada pobre) como Malasia se escondiera un rincón tan ostentoso como Singapur. Y eso que la llegada a esta ciudad fue de todo menos… lujosa.

De Kuala Lumpur a Singapur en tren

8 euros costaba un asiento normal y cerca de 50 un vagón cama. Con esa diferencia de precios era evidentemente que en el tren nocturno de Kuala Lumpur a Singapur nosotros nos conformaríamos con la primera opción. Y el viaje fue un infierno. Y lo fue a pesar de que en nuestro vagón hacía como 15 grados. Alguien no debió darse cuenta de que se habían dejado el aire acondicionado encendido o de que simplemente no estaba a una temperatura humana. A esos grados el tren podría perfectamente haber sido utilizado para transportar cadáveres.

Y poco faltó, porque el estado con el que llegamos a Singapur era de todo menos de persona viva. Tampoco ayudaba en nuestro bienestar que en el vagón hubiera más luz que en un plató de televisión y que entre nuestros compañeros el que no roncaba hablaba a gritos. A nuestra llegada, primera sorpresa: teníamos que pasar otra aduana. Ya habíamos oído que Singapur era algo parecido a un país, pero pensábamos que era algo más bien teórico que práctico. Pues no, es un país con todas las de la ley: moneda propia, idioma diferente y sellito en la frontera.

Pasada la burocracia aduanera, el tren nos dejó en Woodlands, una estación lejos de todo. Así que quedaban dos opciones: taxi o transporte público, pero carecíamos de moneda local (el dólar de Singapur). Cansados, hambrientos y con frío uno piensa peor… y sin embargo, lo conseguimos, nos hicimos con el dinero y llegamos hasta la estación de metro pertinente, que estaba a una distancia considerable.

Algo ha cambiado en nosotros. Años, experiencia, madurez… sea lo que sea, una situación similar en otro viaje habría acabado en bronca. Pero esta vez no fue así. A pesar del mal estado al que llegamos, mantuvimos la cabeza fría y el temperamento controlado. El siguiente paso era dar con un alojamiento donde recuperar alguna hora de sueño. Pero ya nos íbamos dando cuenta de que a precio Malasia (6 euros la noche) no íbamos a encontrar nada. Aquí pagaríamos cerca de 14 en el barrio de Little India. Un buen hostal donde cayó una buena siesta.

Qué ver en Singapur

Dos horas después despertamos, a pesar de no oír la alarma por puro parón cerebal. A las 6 teníamos una cita, Krizha se había ofrecido a enseñarnos la ciudad.

En la calle llovía pero fuimos de un punto a otro del mapa sin salir al exterior. El hecho de que este país haya sido levantado sobre una isla no demasiado grande (700 veces más pequeña que España) significa que en caso de que Singapur crezca, tiene que hacerlo hacia arriba o hacia abajo.  Por ello bajo casi cualquier punto de la ciudad hay actividad subterranea. Uno nunca sabe donde empieza y acaba el metro, donde empieza y acaba el centro comercial. Todo está comunicado.

Estación de metro de Singapur

Como topos llegamos hasta nuestro destino, un restaurante acristalado. Tenía muy buen aspecto, aunque estaba anocheciendo y de primeras no fuimos demasiado conscientes de donde estábamos. El restaurante era un conjunto de puestos de comida de países diferentes: japonesa, singapureña, coreana, china, vietnamita… Krizha nos propuso un japonés (creo) y acertó de lleno. Mira que hemos comida noddles a lo largo del viaje pero ningunos nos supieron como esos. Y no fue demasiado caro, 5 euros con bebida.